Como cada mañana, casi de forma mecánica, se suceden esos momentos mágicos que nos llevan a preparar la jornada y el abandono del lugar de acampada. Las 60 buscadoras de nuevas experiencias, proyectos y rencuentros se lanzan en ruta dejando detrás una acogida que será recordada por mucho tiempo, como casi todas las que ya han pasado. Hoy nos han contado que muchas de las personas que han acogido el altertour en otras ediciones o que han presentado sus proyetos en alguna de las etapas, se han apuntado a realizar una parte de la ruta en años sucesivos. Y es que el altertour, marca. Muchos cuentan como este tipo de experiencias, te cambian un poco por dentro y dan visibilidad a gente, a luchas y a proyectos que serían casi imposible de descubrir de otra forma, en otro contexto, de manera individual.
La ruta de ayer (ya ha pasado un día desde que escribí el último párrafo), fue dura y bonita. A veces el sufrimiento hace que se recuerden las experiencias por más tiempo, e incluso que nos alegremos más al conseguir un objetivo propuesto que nos ha costado horrores alcanzar. La idea era pasar por el glaciar de Vecennes. Un regalo para la vista y para el corazón.
La ruta marcada por la organización llega hasta un punto panorámico desde el que se aprecia todo el valle y la depresión que forma el glaciar. Desde ese punto aún se atisba un pueblo, que ya casi despoblado en los meses duros, retoma su fuerza y vida en el verano. Nos esperaba un descenso escalofriante y adrenalítico hasta llegar al fondo del valle, con la idea de remontarlo después hasta el punto panorámico opuesto, ohh la vache!! Se escuchaba... Creo que hay unos 400m de desnivel en pocos kilómetros de distancia, lo que ha hecho que subamos por una carretera con unas rámpas de esas en las que tienes que hacer fuerza en la rueda de delante si no quieres desequilibrarte. Regular, costante, piñón grande plato pequeño, sin prisa e intentando no desesperarse y lo más importante: compartiendo ánimos, hemos llegado hasta lo alto. Precioso paisaje, enorme e inolvidable subida.
El resto de la ruta más tranquila: viento, relevos, conocer gente con la que no has hablado y que encuentras a tu paso, con la que compartes kilómetros, una buena charleta y experiencias. Parada en un snack-bar (a la americana, jaja) donde ha habido un tiempo para la primera cervecita de este viaje, mmmm, y donde un par de paisanucos nos han presentado y explicado su lucha local contra la apropiación y la privatización de caminos rurales y que han sido públicos desde siempre. Nos han contado como los neo-latifundistas del s.XXI se encargan de compar o heredar terrenos y vallarlos sin remordimiento alguno, evitando que los habitantes de los pueblos aledaños puedan disfrutar de un paseo o de una posible comunicación con el valle vecino. Me ha recordado tanto a Alcudia...este tipo de luchas no son visibilizadas, o muy poco. Al no ser luchas 100% ecologistas, al no hablar de petroleo, o de la explotación de personas en un campo de trabajo, o al no hablar de contaminación de medio ambiente, este tipo de luchas se ven minimizadass sino invisibles. Sin embargo es un hecho que ocurre en cada uno de los rincones de cada uno de los países en los que vivimos. Redes como las que el proyecto "toma la playa, toma la montaña" están tejiendo en Madrid, en Laciana, en cualquier lugar, son necesarias para dar fuerza a toda lucha, por pequeña que sea, contra el sistema capitalista neo-liberal, socialmente desigual en el que vivimos. No es una lucha de clases, es una lucha por nuestros recursos naturales, por lo público, por los derechos de los seres vivos.
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